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“Hay que recuperar el estilo de vida paleolítico. La vida del pueblo, que es neolítica, es lo más parecido”

Juan Luis Arsuaga (Madrid, 1954) habla con los muertos. Conoce el idioma con que la evolución nos atraviesa, y ha dedicado su vida a traducirlo y transmitirlo. Para ello, lee en las grietas y los surcos de los huesos archivados en el polvo del tiempo. Hace cuatro décadas, cuando se unió a las excavaciones en la sierra de Atapuerca, aprendió a escuchar atento, ávido, lo que tienen que contarnos de nosotros los habitantes más antiguos de Europa. Y desde 1991 codirige, junto a Eudald Carbonell y José María Bermúdez de Castro, ese inagotable yacimiento que nos ha permitido entender, por calidad y abundancia de los fósiles hallados, cómo era la vida de los humanos hace más de un millón de años.
Juan Luis Arsuaga (Madrid, 1954) habla con los muertos. Conoce el idioma con que la evolución nos atraviesa, y ha dedicado su vida a traducirlo y transmitirlo. Para ello, lee en las grietas y los surcos de los huesos archivados en el polvo del tiempo. Hace cuatro décadas, cuando se unió a las excavaciones en la sierra de Atapuerca, aprendió a escuchar atento, ávido, lo que tienen que contarnos de nosotros los habitantes más antiguos de Europa. Y desde 1991 codirige, junto a Eudald Carbonell y José María Bermúdez de Castro, ese inagotable yacimiento que nos ha permitido entender, por calidad y abundancia de los fósiles hallados, cómo era la vida de los humanos hace más de un millón de años.

El paleoantropólogo, premio Príncipe de Asturias a la Investigación Científica y Técnica, se declara “totalmente epicúreo”, un espíritu inquieto que disfruta compaginando su importante labor divulgativa con una cátedra en la Universidad Complutense de Madrid o la dirección del Museo de la Evolución Humana de Burgos. Siempre activo, pero nunca estresado, como un buen paleolítico, no ceja en su empeño de ponernos una y otra vez frente al espejo retrovisor de una naturaleza de la que cada vez nos alejamos más rápido.

La muerte explicada por un sapiens a un neandertal (Alfaguara), segundo volumen de su colaboración literaria con el escritor y periodista Juan José Millás, plantea, de forma accesible y pedagógica, algunos de los grandes enigmas relacionados con la longevidad, el envejecimiento, la transmisión genética o la muerte de las distintas especies.

Hay una idea que me surge leyendo el libro continuamente. Desde un punto de vista científico, ¿es la muerte lo que da sentido a la vida?  

Desde un punto de vista científico, la muerte es un fenómeno que sucede y no tiene ningún sentido. La búsqueda del sentido se aplica exclusivamente a los seres humanos. ¿Qué hace que nosotros nos muramos a los 90 años y un ratón a los tres? Eso es biología. Hay causas, pero no sentido. Eso pertenece a la metafísica.

Usted es un férreo defensor de la teoría del lastre genético. La evolución entiende que a los 60 años deberíamos estar muertos y nos deja a merced de mutaciones genéticas perjudiciales como el alzhéimer, que finalmente nos matan. ¿Existe alguna razón para que esa frontera esté en 60 años? 

No existe ninguna razón, decimos 60 porque hay que poner una edad para que la gente lo entienda, pero valdría lo mismo 69 que 64. De hecho, yo lo que digo es que somos una especie que vive siete décadas.

Evolutivamente, ¿la vejez tendría alguna función? Una vez que te has reproducido y has criado a tus hijos, ¿te podrías morir tranquilamente porque ya habrías cumplido con tu labor?

Pero no por eso, no porque hayas cumplido con ninguna función sagrada. Eso implicaría que en la naturaleza existe un “para” y no es así. La selección natural no tiene ojos para el futuro, actúa a nivel individual, no se preocupa por la especie. La pregunta es ¿por qué no viven todas las especies 80 años como nosotros? Un conejo vive tres. Ha hecho una apuesta y, como va a vivir poco, se desarrolla muy deprisa y se reproduce muy al principio de su vida. Nosotros nos desarrollamos muy lentamente, producimos un cerebro muy grande que nos hace muy listos. Esa es nuestra apuesta. Habría que ver por qué somos capaces de reproducirnos hasta determinados años. Hay especies que son capaces de reproducirse indefinidamente, otras que no envejecen, como el bogavante, que es uno de los protagonistas del libro. Otro del que se habla es el pulpo, que plantea un reto a la biología, ¿por qué una especie tan inteligente vive tan poco? El pulpo se reproduce y muere, aparentemente se suicida, pero nosotros no funcionamos así. 

¿Cree que hay margen para prolongar la vida? ¿Cree que ese punto ciego de la evolución natural puede retrasarse?  

No, yo creo que no. Nuestro caso es el mismo que el de los animales domésticos. Es decir, por medios artificiales podemos mantener con vida a ratones, perros o humanos más allá de lo que vivirían si tuvieran que ganarse la vida en el medio natural. Se prolonga durante un tiempo y, más allá de ese tiempo, no es posible sin una edición genómica. Lo que se puede hacer, y se hace, es mejorar la calidad de vida. En una generación o dos, pasar de los 100 años en el primer mundo será bastante habitual o casi esperable, pero más allá no, porque habría que cambiar los genes. Hay que explicar a la gente que este mundo material en el que vivimos tiene límites y nosotros estamos hechos de materia. Es bueno que la gente sepa que este es un mundo limitado en recursos, en todo. Mejor nos va a ir. 

Esa utopía que dice “¡viviremos 150 años, no daremos ni golpe o viajaremos a la velocidad de la luz!”, no va a ninguna parte. Prefiero esa otra utopía en la que viviremos mejor, en armonía, en paz, menos estresados porque habrá un mejor reparto de la riqueza, menos injusticias… Cada uno tiene su utopía y la mía no es vivir 150 años, sino estar aquí tranquilamente tomándome un café por las mañanas. Otra cuestión distinta es cómo nos vamos a organizar cuando la gente viva 95 años de media y jubilándonos a los 65, que está muy bien, pero ¿quién lo paga?

Desde el punto de vista conservacionista, se dice que, si seguimos deteriorando los ecosistemas, la naturaleza persistirá y los que desapareceremos seremos nosotros, ¿eso es una amenaza realista? ¿Podemos pasar de los siete u ocho mil millones de personas a desaparecer realmente como especie? 

Esa idea de que el futuro ya está escrito porque es una prolongación del pasado es un error. Hay un libro muy importante sobre el tema, que se llama El cisne negro, que dice que el futuro no se puede predecir simplemente prolongando las tendencias del presente. Lo que sí hay es una recta de consumo creciente de energía. Yo consumo mucha más energía que mis padres, pero muchísimo más. Y mis padres consumían muchísima más energía que mis abuelos, y hasta ahí, porque de ahí hacia atrás no hay prácticamente cambio en el consumo de energía entre generaciones. Eso quiere decir que tenemos una demanda creciente de recursos energéticos. Pero el futuro no se predice, el futuro se hace, se construye.

Otro concepto importante que aparece en el libro  indica que ‘la vida es inmortal’, que no pertenece a nadie y atraviesa a los individuos de las distintas especies durante un tiempo, que no hay muerte sino renovación. Vida que se desplaza mientras el ecosistema permanece, ¿es esto sostenible en tiempos de crisis climática? ¿No es el cambio climático el fin de la inmutabilidad de los ecosistemas?

Pues no, no es sostenible. Permanecerá el Real Madrid, las instituciones, esas cosas permanecen. Lo intangible permanece, lo que es inmaterial. Los ecosistemas nos los estamos cargando directamente, eso es una realidad. Hasta dónde vamos a llegar y qué va a pasar en el futuro no lo sé. Eso tendréis que decidirlo la gente joven ¿Tú qué vas a hacer? Yo ya soy viejo y lo que tenía que hacer ya lo he hecho. Para lo bueno y para lo malo. Es una pregunta que debemos hacer los viejos a los jóvenes. Yo se lo digo a mis alumnos, ¿qué pensáis hacer?

Hablando de sus alumnos, ¿qué importancia confiere a la docencia y a la transmisión de conocimientos desde un punto de vista evolutivo?

La labor de profesor no ha cambiado mucho desde que existe la universidad. Desgraciadamente hay una especie de inmovilismo. Se tiene que seguir un programa. La labor del profesor debería ser fomentar el debate y el conocimiento, no seguir un programa. Hay que enseñar a pensar.

Volver a lo paleo

En una entrevista hace un par de años usted dijo que nuestros antepasados no vivían para trabajar toda la semana e ir a hacer la compra los sábados. ¿Qué hemos perdido en el camino? ¿Vivimos peor, tan alejados de la naturaleza, que nuestros antepasados más remotos? 

No hemos vivido mejor hasta el siglo XX. No vivía más ni tenía mejor alimentación o salud un campesino de Castilla en la Edad Media que un cazador-recolector. Realmente, la vida, la calidad de vida, ha mejorado a partir de la segunda mitad del siglo XX. Si me dieran a elegir entre ser un minero galés del siglo XIX o un hombre del paleolítico, me quedaba sin pensarlo con un habitante del paleolítico. Ahora, si puedo ser un madrileño del siglo XXI, me quedo con esto último. 

Pero en el libro hablan mucho de la dieta paleolítica…

Del paleolítico hay que aprovechar algunas cosas, como hacer ejercicio, unos 150 minutos de cardio a la semana, algo que actualmente no hace nadie aparte de los deportistas profesionales. Una de las cosas que más se repiten en el libro es que la silla es nuestro peor enemigo y ya no podemos prescindir de ella; un paleolítico se sentaría en el suelo. Y también hay que saber comer mejor por la salud propia y la del planeta, pero no existe una manera de comer paleolítica como tal. 

Lo que hay que recuperar es el espíritu del estilo de vida paleolítico, que puede incluir, por ejemplo, bajar al bar a tomarte una cerveza. La vida del pueblo, que es neolítica, es lo más parecido. Ahora precisamente es la época de las fiestas, que están pensadas para encontrar pareja; una romería es paleolítica.

Nuestra genética es heredera del paleolítico en lo físico: las dietas, el movimiento… ¿También en lo psicológico? 

Lo mismo. Lo que vale para el cuerpo, vale para la mente. Hay un mensaje, el mensaje del paleolítico, que yo no siempre transmito: ¿cuál es la sensación que transmiten los pueblos, digamos, preindustriales? Es muy simple: nunca están parados, siempre están activos, y nunca tienen prisa. Esa es la verdadera reflexión: nunca estés parado, nunca tengas prisa. Porque prisa ¿para qué? ¿Para morirte? Porque nunca sabes lo que va a ocurrir, todo lo demás dependerá de ti. En realidad la gente del campo español tiene esa misma actitud, siempre están haciendo algo, pero tranquilamente. Existe un acrónimo, ANE: activo, no estresado. Están todo el tiempo moviéndose y haciendo cosas, pero estresados ¿para qué? En el campo, ¿dónde está la prisa? Sí, tienes que arar, que ordeñar, pero da igual si es a las 6:00 o a las 6:05.

Un estudio sobre las poblaciones más longevas del mundo encontró tres factores que tenían en común: eran muy activos y trabajaban hasta muy mayores; tenían una dieta basada en el pescado y la verdura; y tenían mucha vida social. ¿Eso también está en nuestra genética?

Eso es lo que pasaba en cualquier pueblo de Castilla. La gente del campo no para. No hay edad de jubilación. Siempre hay algo que hacer. Un abuelo, por ejemplo, que ya no está para arar el campo y se pone a trabajar en el huerto, no lo hace como un hobby, sino porque es lo que vio hacer a su padre. Y luego, además, a nivel social, hay una relación entre las diferentes generaciones. Todo eso es bueno para la mente y para el cuerpo. Hay que ver cómo adaptamos eso a la vida urbana.

¿Es posible deshacer el camino de la vida moderna y volver a esa vida?

Paradójicamente, hay veces que las soluciones vienen solas. El teletrabajo es eso: esta es la tarea que tienes que hacer hoy, adminístrate. Un trabajo que, en principio, te permitiría parar y decir “me voy a comprar fruta y luego sigo”. Claro que hay soluciones, pero hay que buscarlas. Y luego, además, también hay un problema de actitud, porque el estrés muchas veces es auto estrés. Nos pueden estresar pero, sobre todo, nos estresamos a nosotros mismos.

Proyecto financiado por la Dirección General del Libro y Fomento de la Lectura, Ministerio de Cultura y Deporte
Financiado por la Unión Europea-Next Generation EU
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