“Los disruptores endocrinos son compuestos químicos que están en el medioambiente, en alimentos, cosméticos o plásticos y que acceden al organismo de los animales y de los humanos. Una vez dentro, afectan el equilibrio de las hormonas, las hackea”, explica Nicolás Olea en su despacho de la nueva Facultad de Medicina de Granada, a las afueras de la ciudad en un campus dedicado en exclusiva a las Ciencias de la Salud. Ha cambiado el céntrico sótano desde el que durante los 45 años que cumple ahora en la Universidad ha llevado a cabo buena parte de sus investigaciones —plasmadas en más de 155 artículos en revistas científicas internacionales y nacionales— por una planta 11 de generosas cristaleras desde la que disfruta y fotografía a diario los atardeceres con Sierra Nevada al fondo, como demuestra en un entusiasta scroll por la galería de su móvil. El problema, señala, es que a veces la boina de contaminación que cubre la ciudad le empaña las vistas.
Doble guerra declarada contra la nube tóxica cuya incidencia sobre su salud y la de sus vecinos conoce al detalle. Lo que sabe sobre disruptores endocrinos ha condicionado su forma de alimentarse y de cocinar. Tan presentes están en su día a día que incluso a la hora de posar ante la cámara, en vez de “queso”, dice con guasa “bisfenol A”, otro de esos químicos cuya presencia en el cartón, en los tickets del supermercado o en el papel reciclado se ha encargado de denunciar con éxito.
La observación del entorno natural y los cambios en algunas especies animales a partir de la industrialización han sido el punto de partida para el estudio de los disruptores endocrinos en humanos. ¿Cómo empieza usted a investigarlos?
Llevaba años estudiando hormonas, pero no sabía nada sobre las hormonas en el medioambiente. En 1992, la zoóloga Theo Colborn nos reunió a varios clínicos durante una conferencia en Wisconsin y nos dijo: “tenemos evidencia seria e importante de afectación hormonal en las especies animales (alteraciones en la reproducción, en la calidad del huevo, en el comportamiento poblacional de las aves, de los mamíferos, caimanes en el Lago Apopka de Florida que no tienen pene, emparejamientos anómalos de especies…). ¿De verdad no pasa nada de esto en humanos?”. Empezamos a tirar del hilo y vinieron las sorpresas. A finales de los años noventa se vio el impacto ambiental de los alquilfenoles, disruptores hormonales presentes, por ejemplo, en los detergentes y en el agua y sedimentos de los ríos. Ya en 1988 se había visto que el nonilfenol, de esta familia, era estrogénico [es decir, afectaba a las hormonas femeninas]. En la Universidad de Granada publicamos que estaba presente en el tejido adiposo [la grasa corporal] de las 20 mujeres de Granada que participaron en un estudio nuestro en 2008. Y en 2019 se estableció el vínculo con el cáncer de mama y se prohibió en Europa; 31 años después de que se viera que es hormonalmente activo. ¿Sabes cuántos casos de cáncer de mama ha habido cada año durante este tiempo en España? 33.000, de los cuales una parte —no sabemos si grande o pequeña—, está vinculada a esa exposición.
¿Por qué esa exposición afecta en mayor manera al sistema hormonal femenino?
En primer lugar, porque muchos de los disruptores endocrinos son estrogénicos. En segundo lugar, porque la fisiología de la mujer es completamente diferente: la ciclicidad hormonal, la dependencia de las hormonas durante la vida reproductiva, la menarquia, la menopausia… Es un mundo totalmente distinto y, desafortunadamente, la investigación se ha hecho siempre teniendo como modelo al varón blanco, saludable y rico.
¿De qué manera esta brecha de género en la investigación ha condicionado la toma de medidas y la regulación administrativa respecto a los disruptores endocrinos?
La ha condicionado absolutamente. En el caso de los disruptores endocrinos, la brecha aumenta porque la información sobre toxicidad en mujeres es menor. Para nosotros fue una sorpresa hará unos 10 años cuando, a fuerza de acumular datos y revisarlos junto al estadístico, nos planteamos: ¿y si estratificamos por género? Empezamos a separar el análisis y se nos ponían los vellos de punta, ni las respuestas ni los efectos son los mismos. Y cuando nos dimos cuenta de que mujer, en algunos casos, puede significar maternidad pensamos: “¡Dios mío!”. Las embarazadas se convierten en las mayores transmisoras del riesgo a la descendencia, exponiendo al embrión y al feto. Si los hombres tuvieran a los niños, esto estaría controlado. También ocurre durante la lactancia y la crianza. Tenemos una serie de siete papers sobre contaminantes en la leche materna. No podemos demonizarla porque es el mejor alimento, pero la sociedad no puede seguir permitiendo que las madres estén expuestas a que haya aluminio, cadmio, arsénico, plomo, mercurio o litio en la leche.
Entonces, ¿los niños y jóvenes son también más vulnerables a los disruptores endocrinos?
Sí. La mayor parte de las hormonas ejercen un papel primordial durante la fase embrionaria y fetal. Durante la pubertad se exacerba. Uno de los últimos estudios que he publicado es sobre pesticidas disruptores endocrinos empleados en los cítricos, como el clorpirifós. Este se prohibió el 30 de enero de 2020, pero hasta entonces era campeón en los cítricos e impulsor del adelanto en la pubertad en niñas y niños. La pubertad precoz se está viendo cada vez más, y no sólo influye en ella la alimentación, también la exposición química ambiental.
En abril de 2022, la Comisión Europea lanzó su hoja de ruta sobre la futura legislación de restricciones de sustancias químicas dañinas para la salud y el medioambiente. En ella figuran más de 1.500 disruptores endocrinos cuya regulación o prohibición se prevé completa para 2030. ¿En qué fase estamos?
Vamos terriblemente tarde. Todo eso se había escrito y aprobado a finales de 2019 para lanzarlo en marzo de 2020. Vino el Covid y se aparcó. Ahora, muy tímidamente, en 2023, intentan rescatarlo. Aunque no todo: van a intentar la prohibición de los pesticidas y el aumento del cultivo agroecológico para 2030 con la estrategia de producción y consumo alimentario “De la Granja a la Mesa” [Farm to Fork]. Pero va tan retrasado que, incluso, 19 países de la Unión Europea –España no– han pedido desmarcarse de esto aduciendo que la guerra de Ucrania está teniendo tales consecuencias en los precios de los fertilizantes y de los pesticidas, que no les permite seguir cultivando sin el uso de esos productos químicos. Europa acaba de ceder en cosas tan llamativas como subir los límites máximos permitidos de pesticidas a lo que se trae de Sudamérica.
¿En qué aspectos de nuestra cotidianidad están presentes los disruptores endocrinos y cómo podemos evitarlos?
En España solamente un 2% de los alimentos que consumimos tiene residuos de pesticidas fuera de la ley. Perfecto. Pero el 40% tiene residuos dentro de la ley y el gran problema es la suma de un residuo más otro. La producción convencional te asegura un aporte de productos químicos, como pesticidas. Frente a eso lo mejor es la producción ecológica. Los criterios de alimentación para todo el mundo tendrían que ser de proximidad, de temporada, no procesados y ecológicos (si tienes acceso). El quinto sería pagar el precio justo por la comida. Deberíamos plantearnos si escatimar en alimentos y después dejarnos la mitad del salario en telefonía móvil es justo. Hoy el presupuesto de una familia española para comida es del 16% de sus ingresos, en 1960 era el 60%. Los sociólogos lo ven como un progreso, pero al final dedicamos más dinero a la hipoteca o a un móvil que a la comida. No puede ser.
Hay un sesgo de clase en ese sentido: el acceso a lo ultraprocesado es cada vez más barato y lo ecológico, más caro.
Absolutamente. Hay mucha comida procesada (no ultraprocesada), como buena parte de lo envasado en cristal, que sí es de buena calidad y facilita, por ejemplo, el acceso a legumbres. El ultraprocesado, que es la comida basura, todo lo que el Covid ha potenciado de comida rápida, a domicilio o para llevar es de muy mala calidad y tiene unos precios en algunos casos ridículos. Eso contribuye a la exposición a contaminantes químicos tanto de la comida como del envasado y hace un daño importantísimo a nuestra salud. Si seguimos así, en 2030 el 50% de la población española será obesa o tendrá sobrepeso.
Tanto por la cuestión medioambiental, como por el acceso a los alimentos, en líneas generales, ¿perjudica más nuestra salud la vida en la ciudad que en el pueblo?
Probablemente lo más duro de todo en la ciudad sea la exposición ambiental y el acceso a la comida del día a día. En el medio rural se puede acceder más fácilmente a huertos y a producción de proximidad y temporada. Pero en ciudades como Granada, donde la contaminación ambiental está muy vinculada al tráfico y a las condiciones especiales de esta urbe, sin movimiento de aire, este es un problema enorme. Hace 50 años los contaminantes atmosféricos eran otros, ahora mismo los más abundantes son los microplásticos del desgaste de los neumáticos. Acceden a nuestro organismo por vía respiratoria y los tenemos circulando en sangre. Entre los hidrocarburos aromáticos policíclicos derivados de la combustión (HAPs), el plomo de la gasolina hasta hace pocos años y los plásticos, han hecho que el medioambiente urbano sea peligroso. Eso sí, si te vas al pueblo, que sea por encima de los 900 metros de altura, porque la mancha de suciedad llega hasta los 850.
En sus intervenciones insiste en el peligro del efecto cóctel. ¿Qué es y por qué lo considera la gran asignatura pendiente en cuanto a regulación?
En Europa, el análisis y la regulación se centra en los compuestos químicos de manera individual a la hora de establecer sus límites de seguridad. Acota cuál es la cantidad máxima de cada residuo que puede quedar en un tomate o que puede haber en el agua para ese compuesto individual. Pero el tomate pasa por siete tratamientos y, a su vez, forma parte de la ensalada, que es el primer plato del menú del día. A ese efecto combinado se le llama efecto cóctel. La mala noticia es que este no se tiene en consideración para la regulación de los límites de compuestos químicos como contaminantes ambientales, su efecto real no está ensayado. Además, hay combinaciones infinitas entre los diferentes compuestos y de estos con las hormonas. Mientras que eso no se incorpore a la regulación, esta es una pantomima.
Lleva 45 años investigando sobre los disruptores endocrinos. ¿Cómo ha condicionado su estilo de vida y el de su entorno todo lo que sabe?
En casa lo hemos ido haciendo muy poco a poco. Hemos procurado quitar el plástico de nuestra vida. En la cocina no hay nada más que cristal. Tiramos las sartenes que eran de plástico y utilizamos mucho el acero para cocinar, se hacen casi todos los fritos y sofritos en la olla express. Los tuppers son de cristal y aunque tengan tapadera de plástico nunca la metemos en el microondas (el plástico ni ahí ni en el fregaplatos; el calor es su mayor enemigo). Todo lo que se compra de conserva es cristal y, siempre que podemos, compramos ecológico. En los supermercados convencionales ya hay unas líneas de ecológico muy grandes. La cosmética está reducidísima, buscamos productos de líneas que entienden de lo que hablamos. Respecto al textil, intentamos buscar algodón, pero ahí hay un problema enorme porque se usan muchos derivados del petróleo. También cumplimos con todas las reglas del reciclaje y separación de materiales esperando que alguien de verdad siga en la segunda parte.
Muchos de los envasados de esas líneas “eco” de los supermercados que menciona son de cartón. Hace unos cuantos años denunciaba que este y otros materiales reciclados a menudo llevan componentes tóxicos como el bisfenol A (prohibido desde enero de 2023), que se obtienen en los propios procesos de reciclaje.
El cartón tiene un grave problema: es fundamentalmente un material que viene del reciclado, que incorpora materiales que no estaban en el original. Publicamos hace tiempo la diferencia tan enorme que había entre el papel reciclado y el nuevo. El segundo era casi inerte y el reciclado tenía cosas que había recibido de fases anteriores. En 2007 señalamos la contaminación del papel reciclado con bisfenol A, cinco años después alguien cayó en la cuenta de que en las fábricas de papel reciclado no se está segregando y quitando el papel térmico (rico en este compuesto) que se estaba usando, por ejemplo, en los tickets de caja.
Reciclar todas las botellas de plástico también es un gasto enorme, a veces este viene recuperado del mar y está altísimamente contaminado porque en su paso ha acumulado hidrocarburos aromáticos policíclicos, que no son solubles en el agua pero sí se pegan al plástico como el petróleo. Eso no puede ser materia prima para nada. En mi libro, Libérate de tóxicos (RBA), hay un capítulo que el editor no quería publicar: Quien recicla mierda, obtiene mierda reciclada. Se están vendiendo abrigos por 300 o 400 € porque indican en su etiqueta que están fabricados con plástico reciclado de 40 botellas PET, lo que no se cuenta es que compran las botellas vírgenes porque sale más barato que recogerlas en tiendas, limpiarlas y procesarlas. Es realmente reciclado, pero nunca ha estado en el mercado. Sin embargo, los envases de vidrio, como las botellas de cerveza, se pueden reutilizar mil veces. La reutilización está siempre antes que el reciclado, es mucho más importante la recuperación de los materiales para una segunda vida.
Dice que “lo peor está por llegar”, ¿tan mal pinta la cosa? ¿Llegaremos a librarnos de los disruptores hormonales?
Lo comentaba en un congreso con ginecólogas y obstetras. Enfermedades como la infertilidad, la endometriosis o los problemas de regla han aumentado de una manera llamativa en los últimos años y desde su campo no hay una explicación plausible para ello. Nosotros sí la tenemos: la exposición química ambiental a compuestos que fastidian las hormonas. La generación de 50 años hacia arriba ha estado expuesta de una forma moderada, pero la gente del siglo XXI lo ha estado desde la fase uterina. Si nuestra hipótesis es cierta, lo peor está por llegar. El aumento de estas enfermedades no va a ser lineal, va a ser exponencial. El cáncer de mama aumenta un 2,4% cada año. No es cuestión de darse por satisfechos porque se vaya consiguiendo más curación, es que no podemos consentir que haya este problema.
